Josemari reflexiona en família
Esto es la repanocha, Ana. De tanto abrir fosas comunes hemos resucitado al rojerío como a un Lázaro cualquiera. Sí, sí, ya sé que nada es como antes y que hoy en día los rojos también usan sombrero, pero ya no me fío ni de la almohada. ¿Cómo voy a fiarme de los rojos? Ni de los conservadores. El conservadurismo es como el buen queso que si se orea demasiado pierde sabor. Hete ahí que Rato se ha negado a acompañarme a la Casa de Campo para hacer un ejercicio de toma de trinchera enemiga y me han informado que Ruíz Gallardón toma el vermouth con el enemigo. O sea, con Llamazares. Algo huele a quemado en España, Ana, te lo digo yo, y este fuego no es cosa de los bomberos, sólo lo apaga don Francisco. Ayer hablé en confesión con el Padre Pío, Ana. Le reconocí humildemente que Dios me ha concedido el don de la razón y que en la sabiduría que atesoro llevo mi penitencia. He ahí como la Europa más libertina, la de Diderot y Voltaire, se rebela contra mi recto juicio. ¿Qué puedo hacer más que mantener el pulso firme, si los leguleyos del liberalismo burgués se equivocan y el vulgo sale a la calle con decires bárbaros? Pilar del Castillo, que es un cerebro a lo Ortega y Gasset, me ha dicho que los callejeadores acabarán entendiendo que si les suelto los grises es por su bien. Lo cierto es que no todos los españoles están dispuestos a entender que la paz es dolorosa. Yo les pongo el ejemplo de don Francisco. Vamos a ver ¿por qué pudo celebrar con festejos populares, juegos de cucaña y suelta de palomas sus veinticinco años de paz? Pues muy sencillo Ana: porque antes se había cepillado a todos los radicales. Y en Irak te profetizo que ocurrirá lo mismo, que la receta de don Francisco es más antigua que la de la mayonesa. Ayer cayeron mil bombas sobre Bagdad, luego estamos en el buen camino para garantizar una paz duradera. No te quepa la menor duda, Ana. Y no cederé un ápice en mis convicciones, se lo dije al Padre Pío, aunque tenga que luchar contra molinos de viento. Tengo arrestos para acometerlos, Ana. Y fíjate que me acechan de aquí y de allá. Que si Herrero de Miñón me excomulga, que si el Santo Padre dice que romperá su carnet del Pepé... Incluso don Juan Carlos ha perdido una oportunidad de oro para encorajinarme. Con piropearme con un olé tus cojones como hizo su abuelo con el general Silvestre, ya me tenía en las trincheras montando guardia junto a los luceros. Yo lo esperaba, dicho queda. Pero no. Ha estado muy en la línea de la Corona, entiéndeme. O sea que respecto a Irak ni blanco ni negro, sino todo lo contrario. En fin, Ana, olvídate por ahora de los mítines, aunque sean en el geriátrico. Corres el riesgo de que un abuelito del treinta y seis se te insolente y yo me parto la cara con él, que me conozco. Haz la campaña por Internet. O a través de las visitas concertadas. Ya me entiendes. Las señoras de los ministros se sentirán muy halagadas de recibirte en su casa. Os tomáis un café con pastas y les explicas tus proyectos en política social. Aunque sin pasarte, que de tarde en tarde te da un ramalazo de rojilla y pides que haya pavo en la mesa del pobre. La igualdad ni en el cielo, Ana, ni en el cielo. ¿Acaso crees que por las alturas, don Carlos I comparte litera con el héroe de Cascorro? Pues no. En el cielo ocurre como en las fincas. Hay que darle al privilegiado un lugar en las alturas y al vulgo en los bajos de la portería. Pero de lo tuyo en el ayuntamiento ya hablaremos. Pese a que Llamazares me descomponga la patria, lo del Irak sigue interesándome. Lo suyo es que los turcos avancen por territorio kurdo, en eso difiero de George. Y es que yo tengo una idea globalizadora del asunto. Si los turcos se adentran en el Kurdistán, ya me entiendes, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid yo me hago un avance por el País Vasco con la Brunete y le meto un capón a Arzallus. Y a ver qué pasa luego. Todo vale con tal de luchar contra el terrorismo internacional. Lo dice George. Y también Savater, que en lucidez no le anda a la zaga a George. En fin, voy a estar atento a lo que hacen los turcos. Pero solo atento, porque si es cierto que como buen lector de José Antonio España me duele, no me hace ni pajolera gracia que me duela más que una muela. Ya que Tommy Franks me ha dado garantías de que puedo dejarlo solo en el avance hacia Bagdad, ahora mi tarea primordial será la de cohesionar España. De momento, la derecha unida con Pegamento y Medio y ojito avizor a Yordi que no se me escaquee. Vamos a superar la crisis, porque ¿qué iba a ser de España si abandono el timón? El Padre Pío me ha citado al lírico: «pobre barquilla mía/ entre las olas perdida/ entre peñascos rota». George me ha dicho que no nos preocupemos, porque si me viera obligado a dimitir podría dejarme en arriendo un MacDonals en Miami. Yo se lo agradezco, aunque la verdad, Ana, no me veo ni te veo sirviendo cucuruchos de patatas fritas. 'Si al menos fueran pinchitos de tortilla española...! Pero tampoco. Si el vulgo se empecina en pedir mi dimisión, voy a meterme a ejercicios espirituales en El Escorial como hiciera don Felipe II. ¿Y qué iba a ser de la familia? 'Qué cosas preguntas, Ana! Estáte tranquila. Alejandrito y la Nenona han alcanzado la madurez necesaria para sucedernos en Moncloa. Si los acontecimientos me obligaran a dimitir, yo dimito, pero controlo. A ver si te crees que iba a consentir que Zapatero se comiera las coles del jardín como un Bugs Bunny cualquiera.
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